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jueves, 21 de mayo de 2009

Hansel y Gretel




La mayoría de los cuentos de hadas infantiles son trágicos. Originalmente nacidos del inventario campesino en la cruda Edad Media, fueron trasmitidos de forma oral por generaciones. Con el tiempo, los hermanos Grimm, Perrault y Andersen los recopilarían y los destinarían, finalmente, al público infantil.
En Hansel y Gretel, ambos padres devorados por el hambre y la pobreza , y con un feroz instinto de supervivencia, traman un plan para dejar abandonados a sus hijos en pleno bosque a merced de los animales salvajes. En 1840 , los hermanos Grimm, reemplazan a la madre por la villana top de los cuentos de hadas: la madrastra, quién convence al pusilámine padre de realizar tremenda tareita.
Bruno Bettelheim argumenta que los cuentos clásicos ayudan a la educación y el crecimiento del niño en cuanto lo enfrenta con sus más atroces fantasías y sus más grandes temores. En este contexto fantástico el mundo se vuelve seguro. El desenlace siempre es tranquilizador. El final feliz es un tópico.
Lo que más recuerdo de este cuento, la imagen que más me impactó de chica, era esa increíble casita de chocolate. Cada vez que tenía una edición de Hansel y Gretel en mis manos, ansiosa buscaba la ilustración de esa casita de golosinas, construída de obleas y caramelos. Una real contentura.

Para seguir curioseando:
_ Tatar, María. Los cuentos de hadas clásicos anotados. Editorial Crítica. Barcelona. 2004.
_Bettelheim, Bruno. Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Editorial Crítica. Barcelona. 1988.
_ Grimm, Jacob, Wilhelm. Hansel y Gretel. Pop-up. Libros animados. Editorial Norma. Colombia.1983. (Regalado por los tíos Susana y Rodolfo).

jueves, 14 de mayo de 2009

Dulces sueños


Volvía en subte del trabajo cansada. Cerré los ojos unos segundos, de pronto el estado de duermevela me visitó. Entré en Enducigarpa , un país donde habían nacido dos chanchitos deformes, inválidos. Tenían sus patitas ensortijadas, larguitas y enruladas como su cola. Y había que descubrir a los responsables. Quién había decidido jugar a ser Dios. En eso abrí los ojos, ví que estaba llegando a Malabia y me bajé.
Hace un par de noches soñé que me encontraba con dos gatitos bebés, trataba de alzarlos, pero fieros y asustados me mordían las manos. Uno lo hacía con tanta fuerza que toda su mandíbula y sus dientecitos filosos quedaban prendidos a mi piel como un broche. Y de pronto el gatito me miraba con sus ojitos temerosos y desafientes y me enseñaba sus encías vacías, desgarradas. Y yo miraba mi mano, donde seguían clavados sus dientes. Y me sentía culpable porque el gatito desdentado no iba a poder comer y había que encontrar un veterinario urgente que le pusiera otra vez los dientes para que se pudiera alimentar y crecer. Y me desperté angustiada. Y vuelvo a pensar en el gatito sin dientes con sus encías sangrantes y me dan unos escalofríos tremendos.

Cuando era chica tenía una pesadilla recurrente. Yo atrapada en una cadena de montaje de una máquina, en una fábrica. Ruidos metálicos y rítmicos. Chirridos y vapores. Y la máquina gigante me iba a triturar, me iba a cortar en pedacitos. Muchas veces volví a soñar con lo mismo. A veces ni siquiera alcanzaba a ver la fábrica en el sueño, la sentía. Me bastaba con escuchar esas cuchillas de acero y se me helaba la sangre, sabía que estaba dentro de la máquina.

lunes, 4 de mayo de 2009

Amor imposible


Estaba en primer año del secundario y la primera vez que lo ví fue cuando subí al colectivo. Éramos del mismo barrio y la 503 nos llevaba a ambos. De inmediato me llamó la atención por el parecido a Laurie (el mejor amigo de Jo en Mujercitas) en realidad, era la viva imagen de la ilustración de la vieja edición de Sigmar de Alcott. No era un adonis, pero a mí me parecía el chico más lindo del mundo: un poco más alto que yo, de tez bronceada, ojos marrones, pelo castaño -entre ondulado y rizado, según el día-, pestañas largas y una sonrisa que era un sol. Por el uniforme parecía que iba al Don Bosco y afortunadamente, al año siguiente -nunca sabría la razón- se pasó a mi colegio. Esto ayudó a que me lo cruzara seguido y cada día que pasaba me gustaba más. Él, ante mis ojos, se volvía cada vez más perfecto, inalcanzable. Un amor imposible.
Años después, recién llegada a Buenos Aires, esperaba el colectivo que me llevara a mi primera Feria del Libro y me lo encontré. De pronto, a pesar de que nunca nos habíamos dirigido la palabra, el venir de la misma tierra nos unió. Vos sos de Bahía, me dijo. Sí, y vos sos amigo de tal, le contesté. Y milagrosamente comenzamos a charlar. Concentrándome para no tartamudear de los nervios y luchando para domesticar mi corazón trataba de ser lo más natural posible.
Hablamos de los amigos que empezábamos a tener acá y de los que habíamos dejado allá. De los futuros feriados con escapada obligada al hogar. Que yo estudiaba Comunicación y él Derecho. En ese momento le comenté lo afortunado que era de cursar al lado de la Feria, que como estudiantes entrábamos gratis y que él podía visitarla todas las veces que deseara. Y entonces, el baldazo de agua fría. Me dijo que a él no le gustaba leer. Que no iba a ir a la Feria ni loco. Que de sólo pensar en tantos libros juntos en un mismo lugar le daba alergia.
Y entonces, la imagen quedó vacía de significado. Mejor dicho, con el significado que correspondía y no el que yo le había inventado.