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sábado, 23 de octubre de 2010

Musiquita

Me cuesta tirar cosas. Incluso si están rotas y no sirven más, peor. Para mí tienen vida. Toda mi memoria emotiva se llena del objeto y se me hace imposible tirarlo. Ni pensar reemplazarlo con otra cosa. Es una traición.
Zapatillas que no dan más. Una pava para tomar mate. La tabla de planchar. Una remerita pálida desteñida que se achicó por error. Una cartera incendiada. Revistas.
Me gusta pasear por San Telmo porque en esas galerías de antigüedades los objetos se resignifican constantemente. Reencarnan según quién los compre. Una taza. Una lámpara. Un libro usado o una tarjeta de cumpleaños. Dónde habrá estado antes de llegar allí. Adónde terminará yendo a parar.


El año pasado mamá vino de visita y recorrimos los alrededores de Plaza Dorrego. Nos refugiamos en las galerías para escapar de la marea de gente. La mayoría de los locales estaban cerrados. Entre rejas. Pero decidimos recorrerlos de todos modos. Seba ve una vitrola. Flechazo. Amor a primera vista. Nos cuenta de su viaje de mochilero. Y que en España había visto una igualita a ésta que le hubiera gustado comprar, pero demasiado frágil como para llevarla por toda Europa a cuestas.
En San Telmo los precios son para turistas. Imposible comprar nada. Le preguntamos al vendedor si anda. Con la esperanza de que nos diga que no. Y al hacerla funcionar, el aparato canta a todo pulmón un tangazo. Y así como el zorro hizo con el Principito. El aparato nos domestica. Seba, mi mamá, mi hermana y yo nos rendimos de amor.
Sin querer regateamos el precio. Sin querer porque era una realidad no llevar tanta plata encima. Ni pensar en gastar tanto en un día de paseo. Imposible. Pero el precio baja. Y vuelve a bajar.


En casa, abrimos el estuche. Le ponemos cuidadosamente la púa, le damos manija y escuchamos el disco de pasta que nos regaló el vendedor. Sólo un tema. Un disco de una única canción. La volvemos a poner. Vuelta a darle manija y suena maravillosamente. Si la magia existe. Es éso.
Entonces, nos enteramos. Mi mamá nos dice que guarda la colección completa de los discos de pasta de mi papá. Hago un viaje relámpago a Bahía Blanca en busca de ese tesoro. Viajan conmigo, en mi regazo. Siento como si transportara copas de cristal.


Hablamos por teléfono con mi mamá. Le cuento que los discos suenan bárbaro. Que a veces con Seba ponemos música y bailamos. Ella me cuenta que a mi papá le encantaba escuchar música. Se sentaba al lado de la vitrola y él la llamaba. Que se sentara a su lado, le decía. Le tomaba la mano con dulzura y en una respiración calladita se quedaban así, horas, juntitos, escuchando los discos.


Yo estoy casi llegando a la edad en que mi mamá perdió a mi papá.
Al amor de su vida.
Esos discos guardaron silencio por más de treinta años, y hoy vuelven a sonar.






¨Domingo a la noche¨. Miguel Caló y su orquesta típica. Estribillo por Raúl Berón. Disco de pasta. Colección Aníbal Lafont y Ana Rosa Marquez de Lafont.