Desear eso otro.
Mirar alucinada esas otras vacaciones turquesa. Piel con gustito a sal. Amigos compinches. La independencia de la bici para vivir aventuras. Ser parte de un grupo. ¨Una pandilla¨. Compartir alegrías y tristezas.
Y acordarme. De grande. Mis propios e inolvidables veranos de mar.
Cuando no me importaba qué malla me ponía ni cómo me quedaba.
La primera vez que mi hermana mayor nos llevó de noche a un fogón en la playa.
O que mi vecino nos invitara a pescar a playas desiertas y esperar en la orilla, comiendo galletitas con paté, que llegara la lancha, y en eso descubrir, por primera vez, en la voz del pasacassette del sheep a los Les Luthiers. Quedarnos mudos. En nuestras sillitas playeras. El sonido del viento, las olas, y las risas.
O la primera vez que mi mamá cocinó baldes de mejillones para la cena. Esa delicia con limón que de tan ricos no nos dio lástima comernos los bichitos.
Juntar caracoles. Escribir nuestros nombres en la arena húmeda. Dibujar rayuelas. Canchas de tejos con los dedos de los pies. Jugar a la paleta. Hacer medialunas. Enterrarnos una pierna y después otra. Quedarnos milanesa. Hacer un pozo para encontrar agua. Construir un castillo de arena. Hacer un puente para ese castillo. Decorarlo con caracoles. Reventar aguasvivas con palitos. Buscar cangrejos. Nadar sin saber nadar. Saltar olas. Hacer por primera vez la plancha mirando el cielo. Encandilándome con el sol. Flotar. Sostenida por el mágico murmullo del mar.Y cerrar los ojos, feliz.
Crecer con la magnífica imagen del sol derritiéndose en el mar y creer,ingénuamente, que todas las playas del mundo atardecen igual.