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viernes, 31 de diciembre de 2010

Feliz 2011

A soplar un panadero y pedir un deseo.
Al afortunado que esta noche le toque quedarse con la parte más larga de esa ramita frágil que es el huesito del pollo. Otro deseo.
A esperar en esta noche los fuegos artificiales y como si fueran miles de estrellas fugaces pedir millones de deseos.
Al llegar las 12.00 y como hacen en otros pagos con el ritual de las campanadas, a comer las uvas y pedir más deseos. (Que en su defecto se las podría reemplazar por unas ricas cerezas de estación).
Pero, lo más importante. Brindar con quienes amamos, y que por suerte están cerquita.
Y quienes están lejos, hacerles llegar nuestro amor y mejores deseos. Que por suerte, en este hoy, que es ¨futuro hace rato¨ medios de comunicación no nos faltan.
                                          
                                  Chin Chin!!!
                                  FELIZ 2011

domingo, 21 de noviembre de 2010

Pan con manteca y azúcar

Perfecto compañero del Nesquik. Del mate cocido. Del té con leche.
El pan con manteca y cristalitos de azúcar por arriba. Sencillez y simpleza.
Después del cole la típica merienda que podía ser dada por una mamá, un papá, una vecina o la abuela. Mirando He-man, Thundercats, Robotech o Mazinger. O tomándola a las apuradas para ir corriendo en busca de algún amiguito para jugar.

Patrimonio de niños.
Si hoy no comés pan con manteca y azúcar...
es porque sos grande.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Verano Azul

Desear eso otro.
Mirar alucinada esas otras vacaciones turquesa. Piel con gustito a sal. Amigos compinches. La independencia de la bici para vivir aventuras. Ser parte de un grupo. ¨Una pandilla¨. Compartir alegrías y tristezas.



Y acordarme. De grande. Mis propios e inolvidables veranos de mar.
Cuando no me importaba qué malla me ponía ni cómo me quedaba.
La primera vez que mi hermana mayor nos llevó de noche a un fogón en la playa.
O que mi vecino nos invitara a pescar a playas desiertas y esperar en la orilla, comiendo galletitas con paté, que llegara la lancha, y en eso descubrir, por primera vez, en la voz del pasacassette del sheep a los Les Luthiers. Quedarnos mudos. En nuestras sillitas playeras. El sonido del viento, las olas, y las risas.
O la primera vez que mi mamá cocinó baldes de mejillones para la cena. Esa delicia con limón que de tan ricos no nos dio lástima comernos los bichitos.
Juntar caracoles. Escribir nuestros nombres en la arena húmeda. Dibujar rayuelas. Canchas de tejos con los dedos de los pies. Jugar a la paleta. Hacer medialunas. Enterrarnos una pierna y después otra. Quedarnos milanesa. Hacer un pozo para encontrar agua. Construir un castillo de arena. Hacer un puente para ese castillo. Decorarlo con caracoles. Reventar aguasvivas con palitos. Buscar cangrejos. Nadar sin saber nadar. Saltar olas. Hacer por primera vez la plancha mirando el cielo. Encandilándome con el sol. Flotar. Sostenida por el mágico murmullo del mar.Y cerrar los ojos, feliz.
Crecer con la magnífica imagen del sol derritiéndose en el mar y creer,ingénuamente, que todas las playas del mundo atardecen igual.



domingo, 7 de noviembre de 2010

Todo lo que necesitas es amor


Corro por la galería del colegio hacia la biblioteca. Devuelvo Quién mató al presidente de Elige tu propia aventura y me llevo No somos irrompibles de Elsa Bornemann. Tuve suerte. Recién lo habían dejado.Y cierro la puerta de la acción unos días y entro por la ventana de los sentimientos por primera vez con un libro. El corazón se me hace una pasita de uva con el relato de ¨Mil grullas¨, dos niños bajo el cielo de Hiroshima. Y también por primera vez en la vida me planteo la suerte de nacer donde nací. Una cama calentita, una madre giganta, una niñez de juegos.Y entonces descubro que ese lugar que ocupo de pronto es azaroso. Y que ese destino regalado es una responsabilidad.





El libro de los chicos enamorados. Colección La Lechuza. Ediciones Librerías Fausto. Buenos Aires. Agosto de 1977.
Autora Elsa Bornemann.
Ilustraciones Guido Bruveris.

sábado, 23 de octubre de 2010

Musiquita

Me cuesta tirar cosas. Incluso si están rotas y no sirven más, peor. Para mí tienen vida. Toda mi memoria emotiva se llena del objeto y se me hace imposible tirarlo. Ni pensar reemplazarlo con otra cosa. Es una traición.
Zapatillas que no dan más. Una pava para tomar mate. La tabla de planchar. Una remerita pálida desteñida que se achicó por error. Una cartera incendiada. Revistas.
Me gusta pasear por San Telmo porque en esas galerías de antigüedades los objetos se resignifican constantemente. Reencarnan según quién los compre. Una taza. Una lámpara. Un libro usado o una tarjeta de cumpleaños. Dónde habrá estado antes de llegar allí. Adónde terminará yendo a parar.


El año pasado mamá vino de visita y recorrimos los alrededores de Plaza Dorrego. Nos refugiamos en las galerías para escapar de la marea de gente. La mayoría de los locales estaban cerrados. Entre rejas. Pero decidimos recorrerlos de todos modos. Seba ve una vitrola. Flechazo. Amor a primera vista. Nos cuenta de su viaje de mochilero. Y que en España había visto una igualita a ésta que le hubiera gustado comprar, pero demasiado frágil como para llevarla por toda Europa a cuestas.
En San Telmo los precios son para turistas. Imposible comprar nada. Le preguntamos al vendedor si anda. Con la esperanza de que nos diga que no. Y al hacerla funcionar, el aparato canta a todo pulmón un tangazo. Y así como el zorro hizo con el Principito. El aparato nos domestica. Seba, mi mamá, mi hermana y yo nos rendimos de amor.
Sin querer regateamos el precio. Sin querer porque era una realidad no llevar tanta plata encima. Ni pensar en gastar tanto en un día de paseo. Imposible. Pero el precio baja. Y vuelve a bajar.


En casa, abrimos el estuche. Le ponemos cuidadosamente la púa, le damos manija y escuchamos el disco de pasta que nos regaló el vendedor. Sólo un tema. Un disco de una única canción. La volvemos a poner. Vuelta a darle manija y suena maravillosamente. Si la magia existe. Es éso.
Entonces, nos enteramos. Mi mamá nos dice que guarda la colección completa de los discos de pasta de mi papá. Hago un viaje relámpago a Bahía Blanca en busca de ese tesoro. Viajan conmigo, en mi regazo. Siento como si transportara copas de cristal.


Hablamos por teléfono con mi mamá. Le cuento que los discos suenan bárbaro. Que a veces con Seba ponemos música y bailamos. Ella me cuenta que a mi papá le encantaba escuchar música. Se sentaba al lado de la vitrola y él la llamaba. Que se sentara a su lado, le decía. Le tomaba la mano con dulzura y en una respiración calladita se quedaban así, horas, juntitos, escuchando los discos.


Yo estoy casi llegando a la edad en que mi mamá perdió a mi papá.
Al amor de su vida.
Esos discos guardaron silencio por más de treinta años, y hoy vuelven a sonar.






¨Domingo a la noche¨. Miguel Caló y su orquesta típica. Estribillo por Raúl Berón. Disco de pasta. Colección Aníbal Lafont y Ana Rosa Marquez de Lafont.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Big


El domingo me desperté sorprendida porque soñé esta escena. Hubiera estado bueno que yo fuera la protagonista del sueño y bailar, saltar música. Pero como éstos son siempre caprichosos y, a veces, falta imaginación hasta para soñar, Tom Hanks resultó ser Tom Hanks, y yo era parte del público que lo veía bailar en las teclas.

Qué deseaba cuando era chica.
Por qué quería ser grande.
Me acuerdo que quería tener 18 años para poder usar minis flúo. Hombreras gigantes. El pelo batido y mucha sombra en los ojos. Algo así como Diana en V, Invasión Extraterrestre.
Pero claro, ser niña en los 80 no es lo mismo que tener 18 en los 90. Y ahí estaban, entonces, los jeans rotos, los borcegos y el hippy grunge.


domingo, 19 de septiembre de 2010

Los tres gatitos








Este libro me encantaba. Para mí esos gatitos existían. Claro. Cómo no. Si estaban vivitos y coleando. Con ese guardarropa tan pituquito. Una sala de juegos tan realista de lo desordenada. Y esa torta que había hecho la mamá gata tan rica como para comérsela con los ojos y chuparse los dedos (nunca entendí cómo los gatitos la comían con los guantes puestos).
Fue una desilusión volver a leerlo y darme cuenta lo malo que es el texto del cuento. Ni siquiera tiene final. Pero claro, cuando uno no sabe leer todavía y las imágenes son tan estimulantes, uno se inventa su propia historia. Y cada vez que comienza el cuento y se da vuelta la página los gatitos viven cosas diferentes porque, como sabemos, la imaginación no tiene límite.




Los Tres Gatitos. Colección Miniaturas. Editorial Atlántida.
Impreso en Tokyo. Sin ISBN a la vista.

martes, 10 de agosto de 2010

Tele

Esta serie me encantaba.
Un profesor universitario al que unos extraterrestres le habían regalado un traje con superpoderes para hacer el bien en el planeta Tierra. Pero pierde el manual de instrucciones que le enseña cómo usarlo y aprende a los ponchazos.
Y así con sus huesitos flaquitos y con muchas ganas de ayudar es una ternura de héroe.

.



Como dicen que ''todos tenemos un niño adentro'' a mí me parece que también tenemos un superhéroe escondidito en el almita.
Por suerte, cada tanto se nos escapa.

jueves, 8 de julio de 2010

MISCELÁNEAS



Me acuerdo. Claro que me acuerdo.

En casa, viendo Carozo y Narizota, invitamos a Maru a tomar la leche y me reí tanto que el Nesquik me salió por la nariz.

A veces los domingos veía Feliz Domingo. Miraba a los chicos que participaban en las prendas y quería ser grande.

Una amiguita me había dicho que si veía un auto tuerto (con un farol roto) y pensaba en el mismísimo momento que pasaba que me quería casar, esa misma noche iba a soñar con el que fuera mi marido. Yo quería soñar con mi compañerito de banco de adelante.

Cuando mi mamá dormía la siesta, de a poquito y en silencio, con mi hermana íbamos hasta el mueble-bar y nos tomábamos el licor de chocolate que tenía guardado.

Siempre veíamos Fama. Y cuando la profesora de baile decía en la apertura del programa a los estudiantes : ¨ Porque la fama cuesta, y aquí es donde empiezan a pagarla con su dor¨. Yo creía que dor era un tipo de moneda que había en Estados Unidos.

Siempre fui mala jugando al tiqui-taca y al yo-yo. Pero muy buena al elástico y al quemado (o la matanza).

Los sábados veíamos un programa en la tele donde había un concurso para contar chistes pero yo esperaba ver siempre el concurso donde la gente se metía en una pecera de aire donde tenía que agarrar todos los billetes voladores que pudiera. Y las mujeres que participaban siempre hacían trampa y juntaban la plata con la pollera.

Otra amiga me dijo una vez que si en un paquete de galletitas surtidas (o masitas -como yo las nombraba-) deseaba con todas mis fuerzas que apareciera una de chocolate por mas que se hubieran terminado, lo deseaba de verdad y con ganas, la galletita aparecía. Sorprendentemente, buscando dentro del paquete, ciertas veces, pude comprobar que de vez en cuando tenía razón...

Ahora me preocupa haberme gastado los deseos en galletitas de chocolate.

domingo, 16 de mayo de 2010

Globo orejas de conejo




El otro día fui a una plaza para ver si existen todavía los globos con orejas de conejo.
Eran mis favoritos. De colores opacos: cabeza fucsia y largas orejas violeta. O viceversa. Con los ojos y bigotes dibujados en negro. Eran los únicos con carita y en Bahía Blanca solo se conseguían en el Parque de Mayo.
A la salida de los cumpleaños con la bolsita de chiches de regalo siempre te daban un globo. Y en casa empezaba la intervención dibujando ojos, pelo, anteojos y narices. Y los típicos juegos incansables de rebote. El globo nunca tenía que tocar el piso.
Qué impresión violenta. Golpe al corazón si se reventaba. Era un suicidio inexplicable. Y se consideraba un asesinato si álguien había tenido la culpa.
Después vinieron los brillantes globos metalizados que se podían conseguir en cualquier Shopping. Y los transparentes o perlados que se ven en algunas fiestas eventosas.
Pero como dije al principio, el otro día fui a una plaza, de las que tienen calesita y pochoclos y manzanas acarameladas para ver si existían los globos con orejas de conejo. Y no encontré. Tampoco encontré al vendedor de globos. En su lugar había un vendedor de muñecos inflables disfrazado de Hombre Araña.




corto con música de Jack Pontes , imágenes de Le Ballon Rouge .1956. Albert Lamorisse.

domingo, 28 de marzo de 2010

View Master


El walkman es al equipo de música lo que el viewmaster es al proyector de diapositivas. Egoísmo e intimidad.





Mi tía Cholita y mi tío Francisco de uno de sus tantos fabulosos viajes nos trajeron de regalo el View Master. Esa especie de binoculares o caleidoscopio ordenado. Donde uno ponía los discos y gatillaba lento la palanquita para que se sucedieran las imágenes.
Y entonces uno tenía su propio cine en los ojos, en su cabeza. Y jugaba con la luz del sol y las transparencias de las fotitos. Las prendía o las apagaba con un rápido y mínimo movimiento. Y los colores cambiaban. O se opacaban con las sombras.
Teníamos dos historias de cuatro discos cada una: Superman y El Zorro. Además venía un disco extra de imágenes de Disney y animales exóticos.
Y los años pasan y sin querer, porque así es la vida, se van dejando atrás los juguetes. Y uno cambia la felicidad de esos objetos por nuevas amistades y experiencias. Y se sigue para adelante y no se retrocede. Y los juguetes se olvidan, se abandonan o se guardan.
El View Master, o el aparatito rojo, como le decíamos con mi hermana, desapareció. Sólo nos quedaron estos dos disquitos que ya forman parte de mi arqueología de la infancia.

viernes, 29 de enero de 2010

Cosa seria


Reflexión estival:
No recuerdo haberme quejado del calor cuando era niña. Podía estar horas, transpirada (nuca mojada y pelos pegados en la cara) jugando al elástico, corriendo o saltando a la hora de la siesta donde el sol partía de calor la vereda. Quizás los chicos tienen superpoderes que van perdiendo al crecer.Inmunidad de sensación térmica que hace que un día lluvioso y frío quieras mojarte y jugar con el agua.
Quizás es todo más sencillo. Y crecer es darse cuenta cuando tenés calor o tenés frío.



Foto. Bombero Loco.