
Tengo dos mamás: mi mamá, Ana y; mi hermana, once años mayor, Patri.
Mi hermana que hoy es una feliz madre de mis sobrinos (Guido y Gosti) nos cuidaba, nos llevaba al cine -nos leía las películas en inglés-, nos hizo conocer a The Police y a Génesis, nos enseñó a dividir y hasta animó nuestros megacumpleaños mientras mi mamá se ocupaba del kiosco, de la casa y de la comida calentita a la hora del almuerzo y la cena.
El domingo pasado, mi mamá recibió un llamado, que se viene sucediendo todos los años, desde hace 25 años. Era Telmo, desde Córdoba para desearle "Feliz día". En 1982 Telmo tenía tan sólo
17 años y en plena
Guerra de Malvinas era uno de los miles de soldados heridos que habían quedado varados en el Hospital Municipal de Bahía Blanca. Recuerdo que mi mamá y mi hermana visitaban el hospital llevando canastas repletas de torta, mazos de cartas, revistas, cubos mágicos... y mis ojos de niña me hacían anhelar estos regalos que, ingenuamente pensaba, serían para "felices destinatarios". En el hospital no quedaban más camas libres y mi mamá ofreció nuestro hogar para hospedar a Telmo hasta que le dieran el alta y pudiera regresar a Córdoba con su familia. No recuerdo cuánto tiempo se quedó Telmo en casa. Sí recuerdo que jugábamos todos juntos a la lotería , nos reuníamos a ver tele y disfrutábamos de los suculentos platos que preparaban las hábiles manos de mi mamá.
Hoy, pensar en la monstruosidad de la Dictadura me nubla el pensamiento. Tengo un nudo en la garganta y una pasa de uva el corazón. No sólo quedaron los DESAPARECIDOS (Madres/Abuelas/Hijos) sino también EXCOMBATIENTES (Hijos/ Padres/Abuelos).
Muchas veces los padres sienten orgullo de sus hijos. Yo, siento orgullo de mi madre.