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domingo, 1 de mayo de 2011

Afecto epistolar


Cuando era chica coleccionaba papel de carta. Así como mis compañeros varones cambiaban figuritas del increíble Hulk , de Basuritas o de los Superamigos; yo, además, cambiaba hojitas ilustradas de papel.
Claro que también las usaba bastante. Me acuerdo estar horas junto con mi hermana ensayando en borrador la letra perfecta, redondita para la carta que le enviáramos a mis tíos de España. Y luego, cuando estaba lista, con todas las anécdotas de la semana y los cariños dibujados, la pasáramos, sin tachones, bien prolijita, al impecable papel.
En aquél momento no entendía el sentido de una carta. Para mí era solo un medio más de comunicación.

En una carta uno se toma el trabajo de vestirse con las mejores palabras. Dar vueltas y vueltas para encontrar el término justo, la explicación acertada. Para contar la experiencia de un viaje o decirle simplemente a tu destinatario que lo extrañás. Para regalar un trocito de tu corazón o soplar vientos de ánimo para un ser querido que está enfermo. Porque uno sabe que las cartas se guardan. Se atesoran. Lo que uno le dice al otro queda gloriosamente atrapado en el papel para siempre. Un diálogo tácito entre el escribiente y el destinatario. Es un pedacito de pasado compartido. La garantía de materializar un recuerdo y petrificarlo.


Carta de Gustave Fauvert a Louise Colet. 8 de septiembre de 1845 (fragmento)

Antes de conocerte estaba tranquilo, o había llegado a estarlo. Avanzaba con la rectitud de un sistema particular hecho para un caso especial. En mí mismo lo había comprendido todo, separado y clasificado, de manera que, hasta entonces, no había época en mi existencia en que me hubiera encontrado más tranquilo, mientras que a todo el mundo, al contrario, le parecía que era ahora cuando merecía lástima. Viniste a revolverlo todo con la punta del dedo. El viejo poso volvió a hervir, y el lago de mi corazón se agitó. Pero es que la tempestad está hecha para el Océano! Cuando se enturbian los estanques, de ellos no se exhalan sino olores malsanos. Para decirte ésto es preciso que te ame. Olvídame si puedes, arráncame el alma con ambas manos, y pisotéala para borrar la huella que he dejado.
Cartas a Louise Colet, Gustave Flauvert. Editorial Siruela. Colección Libros del tiempo. 
ISBN 84-7844-697-4
Gustave Flaubertwikipedia





6 comentarios:

ALVARO dijo...

No dudo que ,con tanto cariño y dedicaciòn dentro del sobre, al abrir la carta - a los tìos - les parecerìa escuchar una hermosa melodìa saliendo de una cajita de mùsica.

Sebastián dijo...

Vos tenés un don para las cartitas y dedicatorias. Yo no puedo creer lo lindas que te salen!

DINA LAFONT dijo...

"En una carta uno se toma el trabajo de vestirse con las mejores palabras. Dar vueltas y vueltas para encontrar el término justo, la explicación acertada."
Me gustaba esa ceremonia. Qué lástima que con el mail, uno deja de lado esas antiguas costumbres.

Butterfly dijo...

Gracias por hacerme viajar a la infancia.
Los papeles del final: la frutilla de la torta.

Noelle dijo...

yo tambien cambiaba papeles de carta así como los tuyos!! y tenía un libro del Conejo Pedro (conejo Perro le decía)... cuantos recuerdos...

saludos!

Dario Computación, tecnología y más. dijo...

Yo también tengo el recuerdo que contás del papel carta. Y si también recuerdo que algunas compañeras de 5to o 6to grado juntaban y atesoraban papel carta. A mi me gustaba pero "eso era de nenas", pensaba. Envié muy pocas cartas en mi vida. Pero si recuerdo que era mucho más común entre la gente en la década de los 80 y 90. De chico decubrí las estampillas y me encantaron. Recuero que las primeras cartas y estampillas las descubrí en casa de mi abuela materna, en Temperley. Después las conicí mejor con los manuales Santillana y las cartas con dibujitos que enviamos los chicos a los programas infantiles de tv y también para los concursos. Cierto que no estaba difundido el e-mail.
Hermoso este blog.